Sudáfrica, una lección de vida
Ensayo sobre el
significado de la justicia en base al aporte
de la Comisión de Reconciliación y
Verdad de Sudáfrica
En cuestiones de “justicia universal” si así podemos llamarla, el
Proceso de Nuremberg marca un hito en la historia de la humanidad. Es la
primera vez que un tribunal internacional dicta sentencia sobre crímenes contra
la humanidad, por encima de la jurisdicción de un país.
Abre paso a la creación de Tribunales Internacionales, como el de La
Haya, que también fue escenario del juicio contra figuras como el ex mandatario
Slobodan Milosevich por las atrocidades cometidas durante la guerra en el
territorio de la
antigua Yugoslavia, así como el dictador chileno Pinochet entre otros
Por encima de cualquier consideración hay que decir que la existencia
de esos tribunales salvaguardan, así sea de forma simbólica – son bien
conocidas las dificultades en materia de jurisprudencia y del tratamiento de
evidencias – el respeto a los derechos humanos.
Pero además es una clara muestra del concepto de la justicia que se
tiene en el mundo occidental, y que desde tiempos inmemoriales ha conservado su
esencia. “A cada crimen su castigo” simplificándolo, sin ánimo de banalizarlo.
El problema surge cuando el castigo se convierte en origen de
conflictos.
En un proceso en el que literalmente rodaron las cabezas de
los máximos culpables, como lo es el proceso de Nuremberg, ¿Hasta que punto se
hizo justicia? ¿En que aportó eso al acercamiento y a la reconciliación de los
pueblos? ¿A la paz del mundo? ¿A la paz entre el pueblo judío y el pueblo
alemán?
Llevándolo a un plano más individual y personal la pregunta
sería: ¿Es reconfortante y restaña el dolor, la muerte del perpetrador? ¿Acaso
no me estoy poniendo a la misma altura? ¿No me cargo yo también con culpa? ¿O
acaso en ese caso la “muerte”, la eliminación de vida, es justificable?
Una de las posibles respuestas las ha dado Sudáfrica, a
través de la forma en la que ha conseguido reconciliar un pasado cargado de
horror con un futuro prometedor, recurriendo a su tesoro más preciado: la
cultura y la sabiduría de sus pueblos autóctonos.
La Comisión
de Verdad y Reconciliación, creada por Desmond Tutu y Nelson
Mandela (ambos Premios Nóbel) ha conseguido ser artífice de numerosos
“milagros”, dentro de un campo en que la ciencia occidental del derecho
criminal y la psicología hace siglos está nadando, sin conseguir resultados
trascendentales: la así llamada “rehabilitación” del criminal y la posibilidad
real de allanar el camino hacia una reconciliación sin resentimientos ni
“castigos ejemplares”.
Parte de esa visión viene enriquecida por algo muy propio de
Sudáfrica, acuñado en el término “UBUNTU”, que, por una de esas ironías de la
vida del siglo XXI, es más conocido en la comunidad de programadores Linux,
como software libre. Esto se debe a que su principal mecenas Mark Shuttleworth
(sudafricano) recurrió al mismo para divulgarlo, y con él por supuesto también
su filosofía.
La palabra “ubuntu” que es de origen zulú y xhosa.
Significa, a grandes rasgos, “humanidad”, “sentido comunitario” y también se
entiende como un “lazo universal” que vincula a todos los seres humanos. La
traducción literal de Ubuntu es:”Yo soy por que ustedes son”
Cabe decir que en el concepto africano del universo la
relación del ser humano con su entorno tiene sus raíces en una visión holística
del cosmos. El ser humano forma parte del todo y no existe, como en la mayoría
de las culturas occidentales, un concepto tan desarrollado del individuo como
algo que lo separa del mundo.
Partiendo de la definición de Ubuntu, el que comete un
“crimen”, por lo tanto, se aparta de la “humanidad”, o sea deja de ser humano.
Pero al mismo tiempo esa acción tiene un efecto en todos los seres humanos que
formamos parte del cosmos.
Por lo tanto la única forma de “restablecer el equilibrio”
es “humanizar” al “perpetrador”
En la película “En mi país” basada en el libro de la
periodista radial Antje Krog “Country of my Skull” protagonizada por Juliette
Binoche y Samuel Jackson, se describe la labor de la Comisión de Verdad
y Reconciliación.
Aunque enmarcado en una producción “a la Hollywood” en la
que no faltan sus ingredientes habituales, nos transmite la idea que hay detrás
de los procesos.
Con el lema de “Verdad a cambio de amnistía” se insta a
todos aquellos “blancos” –, pertenecientes en su mayoría al antiguo régimen que
practicaba el “Apartheid” – que habían sido denunciados como perpetradores de
torturas y asesinatos, a comparecer ante una corte a la que también podían
asistir familiares de las víctimas, para dar su versión de los hechos. La condición:
Debe ser la verdad.
En escenas desgarradoras y llevadas a la pantalla con un
realismo escalofriante los perpetradores relatan a familiares de las víctimas
los últimos momentos de vida de sus seres queridos.
Sin embargo, durante muchos de los relatos, varios de los
perpetradores mismos se van dando cuenta de la dimensión de sus acciones y
comienzan a demostrar sentimientos, son presas de ataques de llanto y de un
arrepentimiento no fingido.
¿Es a ese proceso al que se podría llamar “re-humanización”?
El hecho es que quedó demostrado que después de una
experiencia de esa índole, tanto perpetradores como víctimas pueden volver a
mirarse nuevamente a los ojos sin odio.
En algunos casos incluso, los hijos de las víctimas
accedieron a ser adoptados por los perpetradores.
Aunque suene a “fantasía” y a “cuento infantil”, no hay
mayor elocuencia que la verdad.
Y el hecho que esto sea posible y real debería ser un motivo
de reflexión antes que de duda y de desconfianza
Desmond Tutu, afirma en su alocución a la apertura de los
procesos :”[.. hay una nueva visión del mundo, una nueva concepción de la vida
que ha nacido en Sudáfrica para nuestros tiempos.]
Simplemente basta con confiar en ella.
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