Diario de una adopción
Antes…
Nos casamos tarde. Yo ya tenía una hija de un matrimonio
anterior, pero mi esposa siempre soñó con una gran familia, y a decir verdad
también a mí me gustaba la idea, aunque nunca pensaba realmente en serio sobre
la posibilidad llevarlo a cabo.
Cuando ella me preguntó si no quería tener más hijos no me
opuse y lo tratamos durante un buen tiempo, y aunque uno se prepara para las consultas
médicas, los cuidados y coordinaciones pertinentes, etc. lo más difícil es
lidiar con la frustración y decepciones ante la ausencia de resultados.
Verla sufrir así era mi peor pesadilla. Yo me daba cuenta
que era algo que le nacía de las entrañas y que le faltaba, así que en el
momento en que la palabra adopción comenzó a circular en nuestras
conversaciones no quise oponerme. Si bien tenía mis serias dudas, (También puede
leer : https://lapaginaderudolfbehrens.blogspot.com/2019/01/adopcion-una-alternativa-al-aborto.html
) a raíz de experiencias de otras parejas. Una de las cosas que más me
preocupaba era el hecho de que existe un riesgo real de que los padres
biológicos, si bien entregan a sus hijos en adopción, más adelante pueden
utilizar el cariño que uno desarrolla con los niños con fines perversos como
chantaje, extorsión, etc. sobre todo
teniendo en cuenta una realidad inalterable: ellos son los padres biológicos de
los hijos. Y aunque la legislación ampare a los padres adoptivos, muchas veces
el conflicto que se siembra en los niños adoptivos afectados crea una inestabilidad
muy grande en la familia.
Al principio mi señora probablemente lo haya entendido como
falta de entusiasmo y convicción de mi parte, y fue el desencadenante de más de
una discusión al respecto pero en el momento en que se dieron las condiciones
adecuadas y ante las evidencias incuestionables no opuse más resistencia.
De hecho ella era la que llevaba adelante todo lo
relacionado con la búsqueda y un buen día me habló de una nena de tres años y
su hermanito de madre, de siete que necesitaban un hogar urgentemente.
En el instante en que los vi, tengo que confesar que una
simple mirada de mi señora bastó para finalmente cortar las amarras y
embarcarnos en lo que sería una de las aventuras más hermosas de nuestra vida.
Hoy ya han pasado dos años y aunque no fue fácil y sigue
siendo un reto. Una de las cosas que he aprendido es que uno se hace, crece y
se fortalece en la adversidad y muchas veces dudamos de lo que realmente somos
capaces, de los recursos y de la fuerza que tenemos hasta que nos encontramos
frente a frente con el desafío que la vida en su ilimitada sabiduría nos ha
puesto en el camino sabiendo perfectamente que estamos a la altura del mismo.
Y así fue como un buen día, después de visitarlos dos o tres
veces y de negociar la posibilidad de que finalmente puedan venir a casa y
quedarse con nosotros mientras las gestiones legales iban tomando su curso,
nuestra familia se agrandó.
Aún recuerdo que la pequeña tenía miedo de subirse a nuestro
auto y tuvimos que sacar al conejo de la vieja chistera, a su hermanito a la ardilla
y algún que otro truco de magia más para finalmente introducirla al vehículo
sin que ella se dé cuenta de donde estaba y mucho menos a donde se iba. Tanto
la pequeña como el mayor ya habían vivido tres vidas. Rechazos, frustraciones
que no cualquier niño es capaz de soportar, además de dolor, abandono,
desamparo y todos los sustantivos y adjetivos que nos podamos imaginar para
describir la desidia de un sistema que echa los niños a la calle si son
rechazados por sus padres. Casi diría como en la edad media, en que cuando la
madre y el padre morían los niños terminaban como esclavos, las niñas como
prostitutas o en el peor de los casos y más comúnmente muertos en alguna cuneta
de la carretera.