Remordimientos de conciencia
¿De dónde viene la conciencia?
“¿Quién derramó la chocolatada en el sofá?” Preguntó mamá
visiblemente enojada. Lucas y Sofía se miraron sin decir una palabra. Lucas
sabía perfectamente quién había sido: el. Pero por una de esas suertes la
mirada inquisidora de la madre cayó sobre Sofía, y sin mediar palabra fue
mandada a su cuarto, llorando a moco tendido, obviamente por qué se sentía
injustamente acusada, y con razón. En ese momento Lucas creyó que el destino
había jugado a su favor y aunque su madre le preguntó, acto seguido, si había
sido él, se calló, lo negó con un gesto
y prefirió seguirle la corriente al azar que tan fácilmente había
resuelto su problema.
Visiblemente aliviado y como si estuviera saboreando una
victoria, deambuló un rato por la casa, jugó con su play-station, trató de ver
la tele… pero había algo en su interior que no lo dejaba en paz.
Esa incómoda quietud tampoco cesó cuando estaban cenando, al
contrario parecía haber crecido, y volvió con mucha más virulencia cuando se
encontraba en su cama tratando de dormir.
Finalmente después de algunas horas, se levantó de su cama y
aunque ya era tarde tocó la puerta del dormitorio de los padres y ni bien su
madre abrió la puerta farfulló, casi sin que pueda entenderse, algunas
palabras, tartamudeando por aquí y por allá hasta que por la expresión de la
cara de su mamá sabía que su mensaje había sido entregado.
La bofetada no se hizo esperar pero tampoco le dolió
demasiado porque significaba también que había sido absuelto,
finalmente. Y pudo ir a dormir con tranquilidad con un una mejilla ardiente
pero con la mente vacía y despejada.
La conciencia tiene su propia fuerza, sus propias leyes y no
debería subestimarse.
Todos los que
formamos parte de un grupo, familia, sociedad, país, sabemos lo que está “bien”
y lo que está “mal”. Lo que no sabemos es que lo que consideramos “bueno” o “malo”
tiene que ver con algo mucho más profundo. El derecho a pertenecer, que para
muchos humanistas modernos es casi tan importante como el derecho a la vida.
Para explicarlo voy a remontarme a los inicios de la
existencia del ser humano, cuando todavía vivía en tribus, aldeas, grupos
pequeños, etc.
Cada grupo de seres humanos dependía de la obediencia y
obsecuencia absoluta de cada uno de los miembros de esos grupos. A cambio se
les permitía disfrutar de los privilegios del grupo: protección, aceptación,
afecto y en definitiva una opción para la supervivencia mucho más atractiva y
llevadera que el estar expuesto a la soledad y los peligros y riesgos que eso
conllevaba. En resumen: pertenecer.
Que uno o dos miembros comenzaran a pensar de forma
diferente e incluso expresarlo implicaba el riesgo de la disolución del grupo y
del riesgo que implicaba. Los mayores del grupo que habían logrado sobrevivir hayan
sido probablemente los que más insistían en la disciplina de la obediencia.
Quizás alguno que otro habría pasado por la experiencia de perder un grupo o
quedar esparcido, sin protección y expuestos a la soledad por un tiempo y había
experimentado la cercanía de la muerte, justamente y por eso, en más de una
ocasión. Por lo tanto cualquier brote juvenil o de personas que en su ignorante
inocencia abogaran por una opción diferente debía ser silenciado
inmediatamente.
Así a lo largo de los siglos se fue formando una conciencia,
una manera de pensar y de ver el mundo dependiendo del grupo de seres humanos
que compartían sus vidas, su sufrimiento y su futuro en circunstancias muy
adversas.
Cada conciencia de cada grupo se había forjado de acuerdo al
medio ambiente en el que se hallaba. Así grupos de seres humanos que por ejemplo
habían elegido el desierto como su entorno para vivir consideraban un crimen
mortal el gasto del agua excesivo. De la misma manera formaba parte la
conciencia del grupo ofrecer alojamiento a cualquiera que se hubiera perdido en
el desierto. Y eso formaba parte de una conciencia que se extendía más allá de
un solo grupo.
Existen miles de diferentes conciencias esparcidas por
nuestro planeta y cada una tiene su razón de ser, su origen y su historia.
Uno de los grandes aportes del maestro, psicólogo, sociólogo
y filósofo Bert Hellinger recién fallecido radica en la observación, el análisis y
el tratamiento del ser humano con relación a esa conciencia. La denomina conciencia
sistémica, si partimos de la base que cada grupo es un sistema y que ese
sistema utiliza la conciencia para mantener el grupo sobreviviendo.
Sin embargo es a su vez uno de los obstáculos más grandes para
el crecimiento como ser humano, si hablamos de querer madurar como seres
pensantes, individuales y autónomos.
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