8.9.19

Ver o no ver…la diferencia entre la vida y la muerte


Ver o no ver…la diferencia entre la vida y la muerte


Padre nuestro que estás en  los cielos,
En el caso de un secuestro una de las opciones que la víctima tiene de sobrevivir es intentar crear un vínculo con los secuestradores. Cuanto más fuerte el vínculo con un ser humano mayor es la aprehensión para herir o matarlo. Por eso muchos secuestradores profesionales evitan el contacto prolongado con la víctima y el cabecilla suele cambiar a los cuidadores regularmente y sobre todo presta mucha atención si ha habido algún tipo de contacto. Porque en el momento en que el perpetrador llega a “ver” a su víctima, o sea que la ve como un ser humano como él o como ella deja de ser un negocio lo que puede entorpecer o incluso sabotear el éxito del emprendimiento.
Se pueden evitar guerras enteras con el simple hecho de “ver” al enemigo. Es por eso que muchas veces los instigadores de guerras utilizan métodos de propaganda muy sofisticados con el único fin de ampliar las distancias entre las partes combatientes e impedir un acercamiento, tal y como lo demostró en su momento la maquinaria propagandista de Goebbels, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, cuando finalmente podemos “ver” a un enemigo al que hemos combatido por años, ocurren verdaderos milagros.

En la historia de Sudáfrica, por ejemplo y gracias al trabajo de la Comisión de Verdad y Reconciliación, creada por Desmond Tutu y Nelson Mandela se evitó que las víctimas del régimen del Apartheid, una vez que había sido derrocado se convirtieran en perpetradores de sus otrora detractores. Eso hubiera podido significar el comienzo de una guerra civil interminable parecida a las circunstancias entre árabes y judíos en Oriente medio, que crea un odio y una ceguera que puede llegar a prolongarse por generaciones enteras.
Pero ¿Qué pasa cuando finalmente la víctima y  el detractor llegan a verse, estando frente a frente? Recién entonces podemos hablar de una paz autentica real y profunda. No hace falta firmar grandes tratados ni celebrar ceremonias fastuosas. Ocurre casi imperceptiblemente para el que lo contempla desde afuera. A los afectados los que lo sienten de adentro les cambia la vida, se mueve el piso debajo de sus pies y se destierra por completo la posibilidad de volver a ver al enemigo como enemigo. Se da paso al amor, por muy cursi que suene.
También en las familias hay muchos miembros que simplemente no se pueden “ver”. El padre o la madre excluida porque abandonó al hijo al nacer, el hijo apartado porque los padres descubrieron que fuma marihuana, la hija condenada por haber traído un hijo ilegitimo a la casa, etc.  
Se repite exactamente la misma dinámica que la que comenzó a enemistar a “buenos” y “malos” antes de algún conflicto.  En algunos casos esa ceguera puede llegar a alcanzar una complejidad extraordinaria como cuando la madre ve en el hijo la prolongación de un padre odiado, o el padre ve en la hija la encarnación de una esposa que lo hirió.
Sea como fuere, es para toda la familia y los que participan de esa dinámica algo extremadamente doloroso que evita que fluya una armonía real y se cree una unión autentica.

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