Ver o no ver…la diferencia entre la vida y la muerte
Padre nuestro que estás en los cielos, |
Se pueden evitar guerras enteras con el simple hecho de “ver”
al enemigo. Es por eso que muchas veces los instigadores de guerras utilizan métodos
de propaganda muy sofisticados con el único fin de ampliar las distancias entre
las partes combatientes e impedir un acercamiento, tal y como lo demostró en su
momento la maquinaria propagandista de Goebbels, por ejemplo, durante la
Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, cuando finalmente podemos “ver” a un enemigo
al que hemos combatido por años, ocurren verdaderos milagros.
En la historia de Sudáfrica, por ejemplo y gracias al
trabajo de la Comisión de Verdad y Reconciliación, creada por Desmond Tutu y
Nelson Mandela se evitó que las víctimas del régimen del Apartheid, una vez que
había sido derrocado se convirtieran en perpetradores de sus otrora detractores.
Eso hubiera podido significar el comienzo de una guerra civil interminable parecida
a las circunstancias entre árabes y judíos en Oriente medio, que crea un odio y
una ceguera que puede llegar a prolongarse por generaciones enteras.
Pero ¿Qué pasa cuando finalmente la víctima y el detractor llegan a verse, estando frente a
frente? Recién entonces podemos hablar de una paz autentica real y profunda. No
hace falta firmar grandes tratados ni celebrar ceremonias fastuosas. Ocurre
casi imperceptiblemente para el que lo contempla desde afuera. A los afectados
los que lo sienten de adentro les cambia la vida, se mueve el piso debajo de sus
pies y se destierra por completo la posibilidad de volver a ver al enemigo como
enemigo. Se da paso al amor, por muy cursi que suene.
También en las familias hay muchos miembros que simplemente
no se pueden “ver”. El padre o la madre excluida porque abandonó al hijo al
nacer, el hijo apartado porque los padres descubrieron que fuma marihuana, la
hija condenada por haber traído un hijo ilegitimo a la casa, etc.
Se repite exactamente la misma dinámica que la que comenzó a
enemistar a “buenos” y “malos” antes de algún conflicto. En algunos casos esa ceguera puede llegar a
alcanzar una complejidad extraordinaria como cuando la madre ve en el hijo la prolongación
de un padre odiado, o el padre ve en la hija la encarnación de una esposa que lo
hirió.
Sea como fuere, es para toda la familia y los que participan
de esa dinámica algo extremadamente doloroso que evita que fluya una armonía
real y se cree una unión autentica.
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